lunes, 28 de noviembre de 2011

Libertad: cotidiana victoria


La poesía vive desde que vive el hombre. Su germen ha florecido por toda la tierra, por toda la tierra ha sabido ser botón, flor, fruto, tierra misma. Los lejanos románticos, desde Alemania o Inglaterra, desde lugares completamente desconocidos por nosotros, nos regalaron el milagro de la palabra profética, la luz que alumbrará y que aún debe alumbrar el mundo. Mas, hay también, luces más pequeñitas, luces como la lumbre débil pero caliente de un fogón, en una casa alejada de todo ruido, con grillos decorando la noche, y árboles susurrando secretos aún más antiguos que lo profético.
Algo tienen los poetas de la tierra. Algo tienen tan próximo a la entraña que es entraña misma. No se puede explicar muy bien. Quelentaro tiene el don de reducir toda la eternidad a un pequeño pedazo de tierra, intervenido y acariciado por la mano del hombre. Quizás no es tan distinto finalmente, del mejor de los poetas románticos.
Gracias infinitas por su invaluable poesía.



A contra sangre

Si se sabe ser vino se puede navegar cualquiera sangre y allá en la sal del torrente hacerse celo y guitarra, buscar el sueño y simplarlo y cantarlo en terceralta y a contra sangre ladearse pa' la mirada y ser el color en la tarde y en llegando a la palabra llevar viajero tu nombre a pulso y por la guitarra y en el filo del instinto volverse buscando olvido desvanecer vino mismo y no ser nada.

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